Minuto noventa de partido, el Rayo buscaba incesantemente el ansiado tanto que había perseguido a lo largo de la segunda parte. Una extraña mezcla de nervios y emoción se iban apoderando de este que les escribe. Kakuta era cerrado por De Marcos. Aún así, el galo consigue sacar un centro de la nada y aparece Baptistao en el segundo palo. Gorka para su primera intentona de cabeza pero el rechace vuelve a Leo, que a la segunda acaba haciendo el tanto que sería definitivo.
En ese momento, millones de pensamientos pasan por esta inquieta cabeza en aras de poner en orden todo lo sucedido. Si, había sido Leo de nuevo, en el noventa y ante un equipo “top” cómo el Athletic. “¡¡¡Leo, Leo..!!!..”, gritaba Briz en la cabina 19 de Unión Rayo. Sin miedo a equivocarme, ese tanto de Baptistao es uno de los momentos más hermosos que he podido vivir en un campo de fútbol.
En primer lugar, por lo que supone ganar en tu feudo a un equipo Champions cómo el Athletic y, de esta forma, dar carpetazo temporal a las dudas surgidas tras Villarreal. Segundo, por el hecho de ver a todos esos hinchas franjirojos que estaban a mí alrededor saltando y gritando de alegría. Pocas sensaciones pueden llegar a la de ver a la afición del Rayo Vallecano entrando en cólera por un tanto “in extremis” de su equipo. Y tercero, y más importante, porque había sido Leo el protagonista.
El gol de un tipo que se reconciliaba de forma definitiva con su afición. El gol del futbolista que ha dejado más huella en Vallecas en los últimos tiempos. La carga emocional de ese tanto era enorme, carga que se disparaba al ver al hispano-brasileño llorando sobre el terreno de juego abrazado de rodillas con Abdoulaye Ba. En ese momento, la emoción alcanza unos límites infinitos que solo unas pocas aficiones elegidas en el mundo tienen el goce de sentir.
El reloj iba consumiendo los minutos finales con un Athletic dispuesto a sacar de la efervescencia a la afición rayista, y un equipo, el de Jémez, ansioso de escuchar el silbato de Melero López. Final del partido y silbatazo que era música para los oídos de esos 11.000 espectadores que se habían dado cita en el estadio de Vallecas.
Un partido que será difícil de olvidar para la afición del Rayo Vallecano. Que sirve para sumar la primera victoria, para más inri, ante uno de los equipos más potentes del campeonato. De repente, las dudas pasan a segundo plano y el Rayo cierra la quinta jornada con un número de puntos importante teniendo en cuenta las aspiraciones y las alturas de campeonato. Suena “La vida pirata” en pleno bullicio de una hincada que se negaba a abandonar el campo sin previamente agradecer a sus jugadores el esfuerzo realizado.
Son muchos los motivos para tachar la noche del 24 de septiembre cómo fecha inolvidable para la afición del Rayo. Pero, por encima de todo, esa noche será recordada cómo aquella en la que el hijo pródigo volvió a reconciliarse con ellos. La noche en la que esa imborrable sonrisa tornó su rostro para convertirla en lágrimas de emoción. Qué bueno que volviste Leo.
Antonio Morillo (@AMorillo17)